8 de noviembre de 2005

Tiempos Relativos

Hay un ser en esta noche que está intentando rearmar los pedazos dispersos de una infancia perdida junto a la ausencia de su madre. No es un niño. Pero esta noche es mas niño que cuando lo era. Y como todo niño... esta noche, mas que otras, necesita a su mamá.
Ella no se fue ayer.
Pero él está comenzando a dejarla ir desde ahora.
La ha retenido el mayor tiempo que ha podido, con las artimañas que el dolor acerca cuando la realidad se impone sobre la pérdida. Apretando con fuerza los ojos para no ver, subiendo la música para no escuchar, inventando compromisos, ocupando espacios abiertos, huyendo del llanto, trucando preocupaciones, mintiendo, bufoneando...
Esta noche un niño huérfano ha tenido el valor de frenar el tiempo de escape poniéndose frente a la dimensión de su dolor. Pudo entonces, por primera vez, admitir cuánto le dolía llamar a su mamá y no sentir respuesta. Pudo decir, mostrar, tolerar y expresar que le dolía.
Que le dolía mucho. Mucho. Mucho más de lo que parecía.
Y que era el dolor el que le hacía prender velas las noches que tenía miedo.
Y que era ese mismo dolor el que lo encontraba despierto en las madrugadas sin conciencia de cansancio alguno.
Esta noche este niñito grande, apretando el dolor con los dientes, por fin ha podido llorar. Largo. Sostenido. Hasta doler. Los ojos hinchados. Los puños apretados. La garganta cerrándose intentando un ahogo que lo salve.
Ha llorado con bronca, con enojo, con tristeza, con pena.
Ha llorado porque no entendió antes y no sabe entender ahora. Ha llorado porque por alguna innominada causa hoy se anima a reconocerlo.
Ha llorado porque por evitar las lágrimas que hoy derrama se estancó detenido en un tiempo que le impidió crecer.
Ha llorado porque quería un abrazo, como aquella tarde que volvió del trabajo y le dijeron que ya nunca más, uno sólo al menos, una última vez.
Ha llorado porque necesitaba deseperadamente sentir ese olor que la anticipaba. Y tocar esa piel. Y quedarse en aquel compartido lugar junto a ella.
Esta noche este niñito ha dejado volar al cielo la promesa sostenida de creer en el amor de los seres que permanecen sin cuerpo intentando resignar el abrazo para recrear a su mamá con otra dimensión.
Quiere que ella sepa que no está más enojado, que le duele sin rabia y que se siente mimado de su corazón.
Que acepta todo lo que le dió con la ternura de quien igual hubiera querido un poco más... y que acepta en iguales condiciones todo aquello que no pudo darle.
Que está orgulloso de tenerla cada día a su lado ocupándose del estado de su alma, como cuando sostenían aquellas largas charlas de silencios entendidos.
Que la deja volar, porque ahora entiende que ella necesita partir en libertad para poder quedarse cerca.
Pero muy especialmente este niño necesita hoy que su mamá sepa que por fin ha comprendido que sólo cuando la suelte podrá dejar espacio para que algún día esta terrible orfandad se convierta en maravillosa y mágica paternidad.
Pasaron 20 años.
Recién ahora se anima a transitar el proceso de aprender a vivir sin su mamá.
Es que posiblemente el tiempo de las pérdidas sea, entre todos, el tiempo mas relativo.

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