Los humanos percibimos la muerte como un castigo, como algo injusto y absurdo que nos acarrea el dolor de la pérdida irreparable de los otros y la angustia del saberse también destinado a la extinción. Pero, sin embargo, la muerte es parte fundamental de la posibilidad misma de existir desde que comenzamos nuestro desarrollo embrionario. En nuestro organismo, la muerte y la vida se refuerzan una a la otra hasta conformar una dinámica de dependencia total. Vivimos porque estamos muriendo continuamente; morimos porque hemos vivido continuamente.
(Fuente: © Rodríguez, P. (2002). Morir es nada. Barcelona: © Ediciones B.)
23 de noviembre de 2005
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