Los huérfanos ¿perdonamos?. No comprendo porque en estos casos atroces de desmembramiento y laceración debemos resignarnos. Pero lo hacemos por costumbre de seguir en vida y nos queda por dentro el hervidero de preguntas para las que no encontramos, ya no digo respuesta, sino interlocutor a quien formulárselas. No se arreglan con estos porqués:
religiosos
psiquiatras,
adivinos,
iluminados,
religiosos
psiquiatras,
adivinos,
iluminados,
sean de buena o mala voluntad.
Y algunos huérfanos perdonamos y otros renegamos de nuestra suerte, unos rugimos pestes, a otros ni se nos nota, todo vuelve a girar en torno a la esfera íntima que rodea nuestras historias personales y sociales.
A veces pienso que algunos no perdonamos porque recordamos absolutamente cada detalle de nuestras madres o padres. Desde las frases triviales de la mañana en el desayuno hasta la enseñanza arraigada más profunda que nos marca como seres vivos hoy. Los movimientos de su mano trabajando y el olor de la almohada de su lado de la cama.
Desde la primera sensación de sentirse alojado en su tibieza hasta el latido apagado y opaco con que se despidió muy blanca.
Otros nada recordamos, el planeta de "ser hijos de" pertenece a una dimensión infraterrestre, fue a parar a un subsatélite en otro sistema que ni es el solar. Los de esta especie no perdonamos, pero no a ellos por el abandono, sino a nosotros mismos por no haber guardado un trozo en el relicario, un puñado en el frasquito, un pétalo en el libro. Revolvemos y destrozamos para nunca encontrar los restos.
Estoy buscando la salida que quizás sirve para calmar tanto a la misericordia como a la inclemencia y algo que aprendí hace muy poco puede ayudar. Damos dos pasos al costado dejamos atrás al que "fuimos después" y abrazamos al niño precioso que siempre está de nuestro lado. Sin soltar ni un segundo sus manos, apoyándonos de las mejillas, entrelazando los brazos y sintiendo verdadero amor, nos decimos: "Ellos están siempre ahí en cada pensamiento, en todo lo que da calor y alegría, por encima de los días más tristes". Y entonces te lo creés, como cuando te lo explicaron aquella vez, te lo creés.
Y algunos huérfanos perdonamos y otros renegamos de nuestra suerte, unos rugimos pestes, a otros ni se nos nota, todo vuelve a girar en torno a la esfera íntima que rodea nuestras historias personales y sociales.
A veces pienso que algunos no perdonamos porque recordamos absolutamente cada detalle de nuestras madres o padres. Desde las frases triviales de la mañana en el desayuno hasta la enseñanza arraigada más profunda que nos marca como seres vivos hoy. Los movimientos de su mano trabajando y el olor de la almohada de su lado de la cama.
Desde la primera sensación de sentirse alojado en su tibieza hasta el latido apagado y opaco con que se despidió muy blanca.
Otros nada recordamos, el planeta de "ser hijos de" pertenece a una dimensión infraterrestre, fue a parar a un subsatélite en otro sistema que ni es el solar. Los de esta especie no perdonamos, pero no a ellos por el abandono, sino a nosotros mismos por no haber guardado un trozo en el relicario, un puñado en el frasquito, un pétalo en el libro. Revolvemos y destrozamos para nunca encontrar los restos.
Estoy buscando la salida que quizás sirve para calmar tanto a la misericordia como a la inclemencia y algo que aprendí hace muy poco puede ayudar. Damos dos pasos al costado dejamos atrás al que "fuimos después" y abrazamos al niño precioso que siempre está de nuestro lado. Sin soltar ni un segundo sus manos, apoyándonos de las mejillas, entrelazando los brazos y sintiendo verdadero amor, nos decimos: "Ellos están siempre ahí en cada pensamiento, en todo lo que da calor y alegría, por encima de los días más tristes". Y entonces te lo creés, como cuando te lo explicaron aquella vez, te lo creés.
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